La tortuga que eligió ser feliz

22.06.2017

Sucedió allá, cerca de las montañas, por senderos que solo algunos han conocido.

Si alguien con un corazón alegre pasaba por ahí, todo el paisaje se hacía hermoso, crecían flores y el sol brillaba iluminando todo, en cambio, si alguien con tristeza caminaba por aquel sendero, el paisaje perdía sus colores, el frío se acercaba y el sol se escondía. Justamente por ese lugar, supe de dos tortugas: una feliz y la otra gruñona.

Habían pasado dos días desde la última lluvia, la tortuga feliz esquivaba los charcos con entusiasmo, la tortuga gruñona lo hacía lamentándose. Como iba una por cada lado del sendero, a un costado de la tortuga gruñona continuaba el pasto húmedo y algo embarrado, mientras a un lado de la tortuga feliz crecían pequeñas flores de colores.

En un momento, llegaron a un punto del camino, donde no quedaba otra opción que pasar por el barro, como era de esperar, la tortuga gruñona hizo un gran berrinche y su pesimismo la hizo ver todo más difícil de lo que era. En cambio, la tortuga feliz, con su optimismo se convenció de que podía pasar, aunque no fuera una tarea fácil.

Ambas, cada una por su lado, empezaron a cruzar al mismo tiempo, al poco avanzar se dieron cuenta de que estaba más profundo de lo que pensaban, el pesimismo de la gruñona era un obstáculo más para ella, en lugar de avanzar se enterraba en el barro que poco a poco no la dejaba ver que la solución estaba a su lado, ya sin fuerzas su caparazón cada vez se mimetizaba más y más con el oscuro lodo. La tortuga feliz, aunque estaba en el barro, no abandonó su optimismo, por eso no dejo de levantar la vista, sus sueños seguían vivos, entonces, empezaron a crecer flores a su lado, al verlas se agarró fuertemente a ellas para poder salir, con mucho esfuerzo, sin pensar en rendirse, estaba por lograrlo cuando apareció una niña, que la tomó y al dejarla en un lugar seguro continuó su camino.

La niña solo vio a la optimista, la que continuó luchando, la que mantuvo la vista en alto, la que decidió no hundirse en el oscuro barro.

La tortuga feliz no quedó tranquila, buscando a su amiga apenas pudo distinguirla entre el barro para poder darle ayuda, como no podía alcanzarla le dijo que levantara la vista, aunque le costo bastante, la tortuga gruñona pudo ver que a su lado estaba el pasto húmedo al cual podía aferrarse. No le resultó fácil, pero mientras avanzaba, con el apoyo de su amiga, iba naciendo en su rostro una leve sonrisa. Tímidamente comenzaron a crecer flores a su lado que poco a poco se hicieron bellas y mas coloridas. Finalmente la tortuga gruñona logro salir y con un gran abrazo le dio las gracias a la tortuga feliz. Se dio cuenta que su actitud la pudo haber dejado cada vez mas enterrada en el barro, decidió cambiar, desde ese día eligió ver el mundo con su hermosura, desde ese día, eligió ser una tortuga feliz.  

Autor: Guillermo Soto García / http://deimaginariosyperiplos.blogspot.cl/

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